A casi todos nos pasa. Quedarnos mirando fijamente el espacio monócromo del lienzo, el papel, la pantalla y no saber qué diablos hacer para transformar esa nada en algo –no un algo cualquiera, faltaba más, sino en algo de lo cual sentirnos orgullosos, que valga la pena.
Nos ocurre a los estudiante con nuestras redacciones para el día siguiente tanto como los profesionales con nuestros primer bosquejo. En todo ámbito creativo toparemos tarde o temprano con este insoportable vacío y el miedo de no poder llenarlo. Existen muchos trucos para salir al paso en el momento, pero la verdadera cuestión es cómo lograr que la inspiración se mantenga constantemente a nuestro alcance.
En los años que llevo de leer gran cantidad de manuales, revistas y otros materiales sobre escritura creativa, además de mi propia experiencia individual o en talleres literarios, puedo enumerar siete estrategias fundamentales para reavivar las llamas de la inspiración. No son ocurrencia mía, y quien haya leído algo sobre escritura creativa podrá reconocerlos en sus múltiples encarnaciones.
1. Llenarnos de estímulos: leer mucho, aprender de los clásicos, discriminar a quién emularemos, alimentarnos de ideas, rodearnos de buenos maestros. Parte de ello implica estudiar, no solo a los escritores y sus obras literarias, sino también obras sobre escritura y redacción. Y claro está, alimentarnos de otras expresiones artísticas.
2. Dominar el idioma: solo así podremos expresar nuestras ideas. Esto se adquiere primero con la lectura arriba mencionada, pero ello no basta, sino que es imprescindible poner manos a la obra y practicar incesantemente todos los aspectos técnicos: redacción, vocabulario, gramática, etcétera.
3. Ser originales: es decir, no tratar de imitar a otros, no copiar, ser honestos con nosotros mismos y nuestros escritos, decir las cosas por convicción y no como estrategia de ventas. Se trata de crear algo capaz de contribuir a la humanidad de alguna forma, no simplemente de repetir lo mismo de siempre en otras palabras. No hay nada más estimulante que expresarnos libremente, sin estar a la sombra de otros ni buscando su aprobación.
4. Ser tenaces: escribir todos los días, tener disciplina, no contentarse con el primer borrador, revisar y estar dispuestos a corregir, cambiar, quitar o añadir hasta estar completamente satisfechos con el resultado. Implica reconocer que las obras valiosas no salen al primer intento. Y sobre todo, jamás rendirnos.
5. Disfrutar del proceso: tener la apertura para experimentar, divertirnos, imaginar, crear, explorar. Escribir es lo primero; la corrección y el pulimiento vendrán después. No permitamos que nuestro crítico interno haga de las suyas.
6. Ser buenos observadores: solo así aprenderemos a conocer la naturaleza humana, poner atención, vivir la vida, expresar lo humano, tener algo valioso que decir en nuestras obras (y en ese sentido, se complementa con la originalidad).
7. Perder el miedo: tenemos derecho a equivocarnos, a escribir a sabiendas que se cometen errores, que nunca estaremos satisfechos, que vale más el contenido que la forma, que no a todo el mundo le gustará lo que escribamos. Si intentamos alcanzar la perfección, o si pretendemos adaptarnos a todas las críticas, jamás llegaremos a producir nada.
Aunque suenen a cosa evidente, me sorprendo una y otra vez siempre que alguien, en contra de todo sentido común, pretende ayudar a otros ‘aconsejándoles’ las versiones contrarias de estos siete puntos… pero eso es tema para otro artículo.
¿Y usted qué opina? ¿Cuál es su estrategia favorita para asegurar un flujo constante de inspiración?
¡Feliz escritura!