Archive for the 'Conceptos' Category

El personaje y la máscara

2014/09/10

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Todos sabemos quiénes son los personajes: son los hombres y mujeres, niños, ancianos, animales parlantes, entes sobrenaturales y toda una miríada de criaturas ficticias creadas para poblar una historia. Solemos reconocerlos por sus palabras, actos y pensamientos, especialmente cuando su presencia modifica de alguna forma el relato. Pero esto no es todo, ni toda persona en una historia es necesariamente un personaje. Veamos por qué.

La palabra «personaje» viene de castellano «persona», se rastrea al latín «persona» (ser humano) y antes aún a «per sonare», es decir, «para hacer sonar».

El término proviene de las máscaras utilizadas en el antiguo teatro griego, donde un mismo actor podía rápidamente cambiar de una máscara a otra y así representar a alguien distinto. Estas máscaras tenían una expresión facial fija, por lo general muy exagerada, que ayudaba al público a reconocer rápidamente a quién se estaba interpretando. Pero la otra característica de la máscara teatral era un pequeño dispositivo insertado en la boca, en forma de cono con la parte ancha hacia afuera, que amplificaba la voz del actor a fin de que sus palabras pudieran escucharse mejor entre la audiencia. Era la versión primitiva del megáfono y del micrófono.

A un nivel semiótico, es la máscara la que hace al personaje, y sin ella no queda más que el actor o, en nuestro caso, el escritor.

Pero el personaje no es su «rostro». Al escribir a nuestros personajes no debemos utilizar demasiado la descripción visual. Hacerlo se considera error de aficionados, en especial porque imponerle muchos detalles al lector le quita la posibilidad de ejercitar su propia imaginación. En medios como el cine y el cómic sí debe mostrarse en toda su apariencia externa, pero en un escrito la apariencia dice muy poco y distrae de lo verdaderamente importante.

Más que su rostro o sus ropas, un personaje literario es su voz, sus palabras, sus actos, gestos, actitudes y pensamientos. El color del pelo, la forma del rostro, el color de la corbata o si el bolso le combinaba o no con los zapatos son detalles superfluos que rara vez contribuyen a la historia. En cambio, sin una voz distintiva, sin un lenguaje característico, sin actos claros y congruentes con sus pensamientos y sentimientos, en lugar de un personaje vivo y verosímil tendremos una caricatura plana y de cartón.

Para que el personaje sea eficaz tenemos que ser capaces de olvidarnos que es un personaje, es decir, tenemos que creernos la máscara.

Muchos autores, en especial quienes tienen la tendencia a dar cátedra o hacer propaganda ideológica, terminan creando historias en que todos los personajes no son más que disfraces delgados y translúcidos. En esos casos es posible en todo momento notar la presencia del autor, y los personajes resultan inverosímiles porque no poseen vida, palabras o pensamientos propios.

Ahora bien, no todas las personas o criaturas que aparecen en una historia son realmente personajes.

En «El mago de Oz» de L. F. Baum, Dorothy es transportada por un tornado hasta el fantástico paíz de Oz, específicamente en la tierra de los Munchkins, unas personas de muy baja estatura que se encuentran de muy buen humor porque la casa de Dorothy ha caido sobre la malvada bruja del este, matándola al instante y liberando a los pobladores de su tenebrosa influencia. Ahí intercambia algunas palabras con el hada Glinda y algunos de los habitantes, antes de iniciar su viaje por el camino de ladrillos amarillos, en busca del mago que le ayudará a retornar a su casa.

Lo que interesa resaltar aquí es que, aunque en dicho capítulo de la novela aparecen o se mencionan a muchísimas personas, casi ninguno de ellos es un personaje. Dorothy, el hada Glinda y el alcalde de la ciudad de los munchkins son los únicos personajes reales: poseen voz, piensan, figuran de forma prominente, y sobre todo, tienen una influencia directa en la historia. Las demás personas solo son relleno, inclusive la bruja. De ella solamente se nos dice que era muy malvada y que ahora está muerta bajo la casa. Claro, su muerte motiva a la malvada bruja del oeste, su hermana, a querer vengarse de Dorothy. Pero la bruja muerta no participa en la historia, no habla, no hace nada. Es una simple pieza de utilería.

La mayoría de personajes poseen nombre propio o cuando menos algún título o epíteto que los destaque y diferencie de la ambientación. Para ser un verdadero personaje es necesario tener voz y opinión, distinguirse del escenario, y sobre todo que sus actos y palabras tengan alguna influencia en el curso de la historia. Por así decirlo, es lo que distingue a los actores de los extras o a los cantantes solistas de los miembros del coro.

Como escritores de ficción es nuestro deber escondernos detrás de las máscaras que son cada uno de nuestros personajes. Somos nosotros quienes pronunciamos cada palabra y llevamos a cabo dada acción de todos los pobladores de nuestro universo ficcional. El que logremos hacerlo hasta el punto en que nuestra presencia sea completamente imperceptible es la marca del verdadero experto.

¡Feliz escritura!

Trama, Argumento y Estructura

2014/09/01

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Existe cierta confusión de significado y alcance entre estos tres conceptos. La diferencia suele aparecer difusa, al punto en que muchas personas los utilizan indistintamente. Por ello veamos cada uno, según el resultado de muchos desvelos intentando armar las piezas bajo la guía de diccionarios, manuales de escritura creativa y mi propia ingenuidad.

Trama

La trama es el conjunto básico de elementos sobre los que se construye una historia y la relación que estos elementos guardan entre sí. Dichos elementos básicos son: personajes, acciones, motivaciones, ambientación y eventos. Otra forma de verla es como la respuesta a las interrogantes: ¿quién?, ¿qué? ¿por qué?, ¿dónde?, ¿cuándo? y ¿cómo? Podemos considerarla como la síntesis mínima de una obra escrita, aquello de lo que se trata la historia.

El elemento clave de la trama es la relación de causa y efecto combinada con la motivación o móvil de los personajes para tomar un curso de acción determinado. En ese sentido, sería la respuesta a la pregunta «¿por qué?». En otras palabras, no es lo mismo una sucesión de eventos que una relación entre estos eventos, y en esto se diferencia del argumento y la sinopsis.

Por poner un ejemplo, La cenicienta podría expresarse así: «Una bella jóven tiene una vida miserable, pero se mantiene pura y buena. Un día su hada madrina la premia con la oportunidad de ir a un baile en el palacio real. Ahí conoce a un apuesto príncipe que se enamora de ella tanto por su belleza como por su virtud. Aunque a la media noche desaparece el encantamiento del hada, el príncipe la busca y encuentra, se casan y viven felices para siempre». Lo esencial no es la simple enumeración de eventos, sino la relación entre ellos. ¿Por qué el príncipe se enamora de ella? Porque es virtuosa, a diferencia de sus malvadas hermanastras que también son bellas, pero además son superficiales y vanidosas. Sin esa relación no sería más que un listado de eventos. Con ella las distintas piezas se hilan en un todo coherente, en una historia.

La palabra trama es una metáfora tomada de la industria textil; es el conjunto de hilos paralelos que se entretejen con la urdimbre para hacer la tela. Podemos hablar de cada uno de los elementos anteriores como los hilos individuales de la trama, que el escritor entreteje en un órden particular y donde se evidencia la relación entre ellos para darles coherencia y dirección.

No todas las hitorias poseen trama.

 

Argumento

El argumento es un resumen de los eventos principales en una obra. La palabra clave aquí es resumen, ya que es literalmente una síntesis de los contenidos de un libro y hace tiempo solía aparecer al principio de estos, o de cada capítulo. Tal es el caso de la novela La ladrona de libros, en la cual cada sección abre con un breve listado de los puntos principales que se van a tratar en ella además del título propiamente dicho.

Toda obra escrita necesariamente es susceptible de tener un argumento (basta con que alguien enumere los principales puntos en ella), pero no todas poseen una trama completa o articulada. Más aun, los textos académicos y de no-ficción en general del todo no poseen trama, mientras que sí suelen contar con una argumentación clara y una estructura bien definida.

Un argumento puede llegar a ser terriblemente minimalista, hasta el punto de no decirnos prácticamente nada sobre la propia obra: «Ana Frank era una niña judía que escribió un diario sobre su vida durante la persecusión en la Alemania nazi.» ¿Qué vivió en esos años? ¿Cuáles fueron sus experiencias? El argumento puede quedarse muy corto, y por lo general es mejor que así sea, pues de lo contrario podría arruinarnos sorpresas clave de la historia. Es casi idéntico a la sinopsis que se hace de las películas, con la excepción de que esta última se realiza específicamente con fines publicitarios y nunca cuenta el final.

Esto nos lleva a otra diferencia con la trama: el argumento está hecho para ser leído antes que la obra, mientras que la trama es más bien una ayuda para el autor a la hora de escribir.

 

Estructura 

Es la distribución básica de los elementos de la narración propiamente. En este sentido se diferencia de la trama en que no es lo mismo lo que está detrás de la historia que la forma en que se presentan los elementos al lector. Por ejemplo, la trama suele ser lineal, a tener un orden lógico, cronológico, por importancia, etc., mientras que la estructura no necesariamente va a serlo, y puede presentar los eventos en un orden distinto de como ocurrieron, como en la película Memento, en que los eventos se cuentan al revés de como ocurrieron.

La estructura, sin embargo, abarca mucho más. La cantidad y tamaño de los capítulos, si tendrá secciones amplias, la proporción de exposición, acción y diálogos, y otro buen número de características relativas a la forma exterior pueden considerarse como partes estructurales.

En la tradición occidental, desde Aristóteles hasta la actualidad, la estructura mínima de un texto siempre tendrá tres partes básicas: planteamiento, desarrollo y resolución. Suelen estar acompañados de otras piezas más pequeñas pero no menos importantes, como son los nudos y el clímax. Algunas personas consideran que una historia que no siga estas pautas básicas es una historia sin trama, y quienes reniegan del ‘formulismo’ suelen intentar este tipo de obras.

La palabra nos viene del contexto arquitectónico y designa dos ideas generales. Primero, es la distribución de los elementos del edificio: el orden, el tamaño, la ubicación y su relación entre unos y otros. Segundo, la armazón sólida que sirve de sustento a dicho edificio.

En términos generales, podemos decir que la trama y la estructura se combinan para servir de marco dentro del cual habrá de tejerse la redacción propia de la obra, como los hilos de colores en un gobelino se tejen sobre una tela base que, al final, quedará totalmente oculta, pero sin la cual la pieza se desmoronaría. El argumento es, por otro lado, más utilitario: informa al lector sobre el contenido y le invita a seguir leyendo.

¡Feliz escritura!

 

Artículo relacionado: El argumento y otras palabras espinosas

Los elementos básicos de una historia

2012/06/14

Ambientación, personajes y acciones. Estos son los tres elementos primordiales de toda narración. Desde una anécdota familiar hasta una novela de proporciones épicas, ninguna historia está completa si le falta cualquiera de ellos.

Ambientación

Es tanto el espacio como el tiempo en que se desarrolla la trama. Podemos verla como el eje horizontal, la base sobre la cual se montan los otros dos. No es lo mismo un evento que ocurre al aire libre, rodeado de naturaleza y un clima tempestuoso, amenazador, que otro al interior de un refugio, con calefacción y otras comodidades donde sentir seguridad. Tampoco da igual que sea de día o de noche, que llueva o haga sol, o inclusive la cantidad de personas presentes. Todo esto afecta tanto el estado mental y el ánimo de los presentes como el tipo de acciones posibles en un momento dado. Elegir cuidadosamente la ambientación correcta para cada escena de la historia es crucial para llevar al lector hasta el punto de olvidarse del libro en sus manos y vivir plenamente su contenido.

Personajes

Sin personajes no hay historia, solo datos sueltos. Tanto es así que, para muchos escritores, la historia no trata de eventos sino de quienes los vivieron. Si escuchamos una estadística sobre cuántos soldados perdieron la vida en la segunda guerra mundial nuestra reacción será posiblemente fría, distanciada. Pero si uno de esos soldados resulta haber sido nuestro abuelo o quizás un amigo de la familia, entonces el interés se despierta y nos entran ganas de saber más sobre esa persona. Nos interesa escuchar historias para saber de otros seres humanos como nosotros, las experiencias que vivieron y las decisiones que tomaron: el instinto de supervivencia nos incita la curiosidad; nuestra propia búsqueda de identidad y pertenencia nos hará crear vínculos emocionales con quienes llegamos a identificarnos… aunque se trate de personajes ficticios.

Acciones

Algunos personajes en un escenario pueden formar una imagen estática, como una fotografía, pero no es sino hasta cuando añadimos la acción que esa imagen cobra movimiento y de verdad comienzan a ocurrir ‘cosas’ en la historia. Todas esas páginas interminables describiendo la propiedad familiar, exponiendo detalladamente el ritual del desayuno, o inclusive esos precisos catálogos de mañas y gestos de nuestro protagonista no son más que puro relleno… salvo que de alguna forma contribuyan directamente al cómo nuestros personajes toman decisiones cruciales (erradas o certeras, según lo exija la historia), al embrollo y desenlace de la trama. Los actos son el alma de la historia.

Eventos

Los eventos son un resultado de la combinación de los tres ingredientes antes mencionados. Son las piezas del rompecabezas que se va armando palabra a palabra hasta completar la narración. Un evento nunca está compuesto simplemente por la ambientación, o por los personajes (y ni qué decir de acciones, las cuales requieren por fuerza algún actuante). Son un todo integrado de cerebro, corazón y músculo, y al combinarlos correctamente unos con otros producen un cuerpo sano y vigoroso, con el efecto de hacernos creer en la historia aunque sea por un breve espacio.

En todos nuestros escritos tengamos presente la diferencia entre cada uno de estos elementos, y la forma como llegan a combinarse para formar eventos y escenas. Cuando un pasaje de texto no funciona es, usualmente, debido al exceso o carencia de alguno de ellos.

Ante todo la regla básica: hacer que cada palabra cuente.

¡Feliz escritura!

El Argumento y otras palabras espinosas

2012/06/11

Todo este asunto del argumento es un poco escabroso debido, principalmente, a su utilización difusa y generalmente fuera del debido contexto, además de su constante confusión con los conceptos de trama y sinopsis, entre otros. Intentemos, pues, dilucidar su correcto significado, primero general y luego en lo pertinente a la escritura creativa.

El argumento retórico

La primera acepción (la de uso más difundido) que nos da el DRAE es la de «Razonamiento que se emplea para probar o demostrar una proposición, o bien para convencer a alguien de aquello que se afirma o se niega». Es decir, cuando argumentamos algo es porque estamos intentando persuadir a alguien, ya sea de que acepte nuestras palabras como verdaderas, o de que tome determinado curso de acción. Los textos académicos y los tratados de ley y jurisprudencia abundan en argumentaciones de toda especie.

El tema o mensaje

En segundo lugar, el argumento es principalmente el tema o asunto de que trata determinada obra, ya sea literaria, cinematográfica, televisiva, etcétera. Este significado tiene mucha relación con el primero, el retórico, pues se considera que toda obra artística o literaria, fundamentalmente, es un acto comunicativo, y detrás de ese producto siempre habrá un mensaje. Este mensaje puede adoptar muchas formas, desde la moraleja y la enseñanza práctica hasta los meros fines económicos de, por ejemplo, un infomercial. Así, el argumento de la obra es el mensaje sintético del que su realizador intenta convencernos.

El resumen o temario

En tercer lugar de importancia está el significado que, posiblemente, sea el causante de la confusión. Dice el DRAE, «Sumario que, para dar breve noticia del asunto de la obra literaria o de cada una de las partes en que está dividida, suele ponerse al principio de ellas». Posiblemente usted los haya visto en obras académicas, o inclusive en piezas literarias de cierta antigüedad. Son pequeños resúmenes al principio de una obra o capítulo con la siguiente estructura: «Sección primera, en la que se definen las causas del problema y a los principales proponentes de una u otra posición». Otra forma es el listado de los diversos puntos, como una especie de tabla de contenido para la unidad. En el Quijote podemos encontrarlos a la apertura de cada uno de sus capítulos.

La sinopsis

Según las anteriores definiciones, podemos considerar que una forma del argumento es la sinopsis, como aquellas que se encuentran en la tapa trasera de los libros o describiendo obras cinematográficas. Suelen ser bastante escuetas en cuanto al nivel de detalle que proporcionan, y su objetivo principal es darnos una pincelada de la obra, sin revelarnos ningún punto clave de su trama, a fin de persuadirnos para comprarla. Es decir, en la actualidad no es más que una estrategia de mercado.

Argumento versus trama

Puesto que el argumento suele indicar, a grandes rasgos, aquello de lo que se trata la obra, es muy común ver a la gente, inclusive escritores y pensadores de renombre, utilizar el término para referirse más bien a la trama de la historia. Pero la trama no es un intento de convencernos de nada, ni un mero resumen de la obra, ni siquiera una síntesis de los principales elementos de los que se compone la historia. No está hecha para ser leída por sí sola, sino que es una ayuda para el escritor durante su proceso creativo. La trama es, en pocas palabras, la estructura misma de la historia y la relación que sus elementos constitutivos guardan entre ellos.

Veamos un ejemplo de cada uno con ayuda de una historia tradicional: Pedro y el lobo.

La sinopsis del cuento podría ser así: «Pedro es un niño que pastorea ovejas, pero le gusta mentir y burlarse de la gente. Un día, sin embargo, su encuentro con un terrible lobo le hará ver su error».

El tema, que es la idea general detrás de la historia, es de corte moral y relativo a las consecuencias de decir mentiras. «Mentir es malo».

El argumento retórico intenta convencernos de adoptar una conducta específica. «Mentir puede causarnos daño; luego, hay que decir la verdad».

La otra versión de argumento, la explicativa, sería esta: «Pedro y el lobo, una fábula moral en que se expone el vicio de contar mentiras y las terribles consecuencias que esto puede traer».

La trama de la obra es algo muy distinto: «Pedro es un niño que pastorea ovejas en el campo. Constantemente engaña a sus vecinos haciéndoles creer que un lobo acecha, y se burla de ellos cuando vienen a ayudarlo. Un día aparece un lobo de verdad y empieza a matar ovejas, pero también amenaza la vida del propio Pedro. Esta vez, por más que grita y pide auxilio nadie viene, pues todos creen que es otro engaño. Pedro cae en cuenta de su error. El lobo mata a Pedro».

Nótese que, a pesar de todo, este último párrafo no es propiamente la ‘trama’, sino una enumeración básica de los puntos que la componen. Puesto que se trata de una abstracción, de una idea de estructura, no es verdaderamente posible escribir la trama. Lo más que se puede es indicar de pasada sus puntos básicos.

¡Feliz escritura!

Divertimento – La inspiración

2012/04/27

¿Qué es la inspiración, esa extraña ráfaga de aire fresco y chispas radiantes, tan ansiada por creadores o artistas y al mismo tiempo tan escasa? Sin ella nos cuesta mover los dedos aunque sea para presionar el botón de encendido en el televisor. Cuando está presente no importa si llueve o truena o si un tsunami se nos viene encima, el cuerpo y la mente responden como por posesión demoniaca ante el ineludible llamado creativo. Son momentos para tenerle cuidado al autor, y que nada ni nadie ose distraernos si no desea ser víctima de una ira volcánica y fulminante.

Inspirar es abrir los pulmones y llenarlos de aire. Es abrir el pecho y llenarlo de emoción. Es abrir la mente, y llenarla de ideas. Abrir por fin el alma y llenarla de aliento vital y divino, ese espíritu generador que penetró en una estatuilla de barro y la hizo un hombre, un animal pensante, capaz de levantarse y andar y conocer y dar nombre a todos los seres y todas las cosas. Un creador a imagen de su Creador, libre para idear, pensar, descubrir, imaginar, soñar, diseñar, planear, estructurar, construir, y participar activamente en la obra de sí mismo.

Los mitos y las religiones dan todos cuenta del acto creativo original. Todos incluyen elementos básicos comunes, en donde un ser divino tomó algunos materiales como tierra y agua para hacer barro, fuego para cocinarlo y viento para hacerlo despertar; como madera del árbol sagrado tallada en forma humana y, nuevamente, imbuida con el espíritu vital. El papel de la divinidad como punto originador del cosmos le da un carácter divino a todo acto creativo, y en nuestra ingenuidad queremos adoptar esta aureola gloriosa, comparándonos y reconociéndonos como el único animal realmente capaz de crear por puro arte en lugar de ciego instinto.

No debe extrañar que, en las culturas antiguas, la creatividad y la creación artística en cualquier ámbito fueran vistas como algo sagrado, como un don o regalo celestial, una cualidad invisible que eleva al artista por encima de sus congéneres hasta el estado de semidiós incomprendido, las gentes comunes incapaces de otra cosa más que admiración profunda o terrible envidia. Aún hoy en día más de un creador, imaginándose coronado con laureles dorados, siente elevar su cuerpo por encima del mundanal ruido (y si para esto necesita que la hierba esté muy verde, o el líquido muy puro, ¿a quién le importa?).

La inspiración es así obra de las Musas, esas doncellas temperamentales y demasiado distraídas, que te visitan una semana, una noche, un segundo, para luego marcharse por temporadas enteras a sus blancas mansiones mediterráneas. O acaso sea Saga, señora de la historia de los reyes y proezas heroicas, que derramó unas gotas de su néctar cuando descuidadamente le susurraba a Odín, su amante, algún relato pícaro al oído. El propio Odín, y Bragui, de sus muchos hijos, difundieron prodigiosamente sus excesos para el beneficio de poetas y bardos por doquier. Fácil resulta entender por qué motivo el creador se vea en necesidad de alimentarse abundantemente con el producto de otros artistas, de otros elegidos: el hidromiel sagrado de la inspiración se encuentra ahí donde otros han bebido de él y se han extasiado en sus vapores.

La inspiración entonces no se relaciona en lo más mínimo con tener ideas (éstas un mero subproducto de aquélla). Las ideas, al igual que los burdos materiales del artista, sus brochas y pinturas, su pluma y pergamino, su mármol y cincel, son objetos definidos y susceptibles de cambio y transformación temporales. Una idea no basta para llevar a cabo la obra maestra. Se pueden tener todas las ideas del mundo, toda la técnica y las herramientas, que sin inspiración no valen nada; de igual modo que la inspiración, aún desprovista de trabajo duro, destreza e ingenio, es capaz de convertir en arte hasta el objeto más común y más vulgar, el más cotidiano. Esto lo dicen los creadores modernos, los semidioses, los genios; entonces no hay más remedio que aceptarlo como cierto.

¿Qué es la inspiración, a fin de cuentas? Si lo sabes, ¡no me digas! No quiero que me arruines el misterio.

 

¡Feliz escritura!

 

El texto, Roland Barthes

2012/03/29
Roland Barthes

Roland Barthes (Foto: Wikipedia)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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En esta ocasión quisiera compartir un extracto de la obra del semiólogo francés Roland Barthes sobre teoría del texto, a modo de introducción al significado moderno de esta palabra:

«¿Qué es un texto, para la opinión general? Es la superficie fenoménica de la obra literaria: es el tejido de las palabras comprometidas en la obra y dispuestas de modo que impongan un sentido estable y a poder ser único. A pesar del carácter parcial y modesto de la noción (después de todo, no es más que un objeto, perceptible por el sentido visual), el texto participa de la gloria espiritual de la obra, de la que es el sirviente prosaico pero necesario. Ligado constitutivamente a la escritura (el texto es lo que está escrito), tal vez porque el dibujo mismo de las letras, aunque sea lineal, sugiere el habla y el entrelazamiento de un tejido (etimológicamente, «texto» quiere decir «tejido»), es, en la obra, lo que suscita la garantía de la cosa escrita, de la que reúne las funciones de salvaguarda: por una parte, la estabilidad y la permanencia de la inscripción, destinada a corregir la fragilidad y la imprecisión de la memoria; y, por otra, la legalidad de la letra, rastro irrecusable, indeleble, en nuestra opinión, del sentido que el autor de la obra ha depositado intencionalmente en ella; el texto es un arma contra el tiempo, el olvido y las pillerías del habla, que tan fácilmente se retracta, se altera o se desdice. Por lo tanto, la noción de texto está históricamente ligada a todo un mundo de instituciones: derecho, Iglesia, literatura, enseñanza; el texto es un objeto moral: es el escrito como participante del contrato social; somete, exige que lo observemos y lo respetemos, pero a cambio marca al lenguaje con un atributo inestimable (que no posee por esencia): la seguridad.»

Roland Barthes, extracto del artículo ‘Texto’ en Encyclopaedia Universalis, tomo XV, 1973. Recopilado en «Variaciones sobre la escritura«, Paidós; Barcelona, 2002. Selección y traducción de Enrique Folch González.

¡Feliz escritura!

¿Qué es el talento?

2011/12/06

Tetradracma griego. El talento era una unidad de peso para uso comercial; el concepto luego evolucionó para denotar la valía de una persona.

En un artículo anterior menciono la relación entre escritura, talento y esfuerzo personal.

El problema con algunas palabras es que la mayoría las utiliza sin conocer bien su significado, o si éstas poseen varios, suelen ocurrir confusiones entre la idea que intenta expresar uno y el mensaje que entiende otro.

Talento es una de ellas.

Cuando hablamos del talento, ya sea artístico en general o más específico, como el talento musical o el literario, ¿a qué exactamente nos estamos refiriendo? Se me ocurren algunas opciones:

Persona sobresaliente. La primera idea que me viene a la mente al escuchar esta palabra en su uso cotidiano es la de un prodigio, alguien famoso en virtud de su asombrosa capacidad artística. Beethoven, Picasso, Sor Juana Inés de la Cruz y un reducido número de ‘grandes nombres’ conforman los ejemplos típicos.

Inteligencia, astucia. Una segunda versión se refiere más específicamente a la capacidad intelectual que tienen algunos individuos para desempeñarse con gran eficacia en ciertas profesiones más mentales, como leyes, comercio, economía o historia.

Vocación, ambición. En tercera instancia pensamos en alguien cuyas inclinaciones y deseos personales le hacen sobresalir (¡nuevamente esta palabrita!) en un campo determinado, ya no solo el artístico sino virtualmente cualquier actividad humana. No es la capacidad o inteligencia lo que llaman la atención en este caso, sino la actitud de la persona hacia su actividad predilecta.

Aptitud o idoneidad. Esta última es la menos llamativa de todas. Se trata de tener una simple capacidad para realizar determinada labor o para desempeñarse en algún puesto. En este caso ya no vienen a la mente retratos de famosos, sino imágenes genéricas de hombres y mujeres competentes, uniformados según sus distintas profesiones así lo exijan, pero siempre cumpliendo sus labores a cabalidad y con pericia.

Ahora bien, todas estas ideas generales tienen dos cosas en común. La primera es bastante evidente: quien posee algún talento necesariamente llamará la atención respecto de otras personas, en el mismo campo, que no lo posean.

La segunda, menos obvia, es que en todos los casos cada individuo debió realizar alguna clase de esfuerzo repetido y constante a fin de convertir su aptitud, capacidad o vocación en algo útil. «A Dios rogando y con el mazo dando», como dicen por ahí.

En otras palabras, lo que llamamos talento puede ser, sencillamente, el resultado del esfuerzo personal, y no algo innato.

Creo firmemente que todos poseemos alguna clase de talento. Nuestra labor consiste primero en descubrirlo y luego cultivarlo. Como digo en los comentarios al artículo antes mencionado, sin trabajo arduo el talento no brilla, igual que no reluce una joya que ho ha sido pulida.

¡Feliz escritura!